Y sí, mi Dios, es cierto, que he nacido en descubierto de todas las buenas cualidades, y que en este sueño de edades compro irrealidades que me vendió el fenicio del tiempo. Que aún antes del gozo, quedó establecido el arrepentimiento.
Y sí, mi Dios, es cierto, que tengo por cierta la muerte y siendo tan perra mi suerte se aferra mi mente a su tabla de deseos, como un naúfrago a su esperanza. Y que también, a veces, no me alcanza la palabra ahogada en el océano de emociones, donde algunas noches, silente y misteriosa, se escapa mi alma mariposa en el batir de versos, con sus alas de converso hacia la luz del amor que me provocas. Luego regresa para rezarle preces a los peces de plata en la laguna. Hechizo de luna sobre sus aguas, ilusión vana, reflejo de desganas, añoranza de una paz que no me alcanza.
Y sí, mi Dios, aún te sigo el juego, mientras cuervos de alas negras de envidia graznan, pero ya no me importa, porque no hay bandada que no se canse, y volando a cualquier parte, sea presa del aguila; ni mal que me alcance a mi, si yo escuchándote a ti y no a ellos, me pierdo en tus negros cabellos, peinados de estrellas blancas.
Qué sabrá la arrogancia de ningún hombre, sobre aquello que substancia los cimientos de mi alma.
Y sí, mi Dios, es cierto, que tengo por cierta la muerte y siendo tan perra mi suerte se aferra mi mente a su tabla de deseos, como un naúfrago a su esperanza. Y que también, a veces, no me alcanza la palabra ahogada en el océano de emociones, donde algunas noches, silente y misteriosa, se escapa mi alma mariposa en el batir de versos, con sus alas de converso hacia la luz del amor que me provocas. Luego regresa para rezarle preces a los peces de plata en la laguna. Hechizo de luna sobre sus aguas, ilusión vana, reflejo de desganas, añoranza de una paz que no me alcanza.
Y sí, mi Dios, aún te sigo el juego, mientras cuervos de alas negras de envidia graznan, pero ya no me importa, porque no hay bandada que no se canse, y volando a cualquier parte, sea presa del aguila; ni mal que me alcance a mi, si yo escuchándote a ti y no a ellos, me pierdo en tus negros cabellos, peinados de estrellas blancas.
Qué sabrá la arrogancia de ningún hombre, sobre aquello que substancia los cimientos de mi alma.
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