El
espíritu partidista termina por reducirlo todo a una discusión
demagógica entre bibliotecarios. Al final solo queda un hombre
frente a otro sosteniendo un libro y diciendo que el suyo es "único"
y la "verdad absoluta". Cuando la absoluta verdad es que
ninguno puede demostrar nada sino que depositaron su fe en este o aquél libro, o en esta o en aquella enseñanza. Más allá de eso no
hay prueba alguna salvo la que el corazón siente. Y lo primero que
debe sentir el corazón es respeto antes que amor. Que felicidad
alcanza aquél que se libra de la necesidad de juzgar a nadie y vive
feliz conforme a sus emociones y su propia búsqueda interior.
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