Y llegó la aurora, como siempre poblada con borrachos de última hora, embriagados de vino de ayer con miel de esperanza, "alcobohemia" del eterno mañana. Caminan con rutinaria desgana entre la miseria cotidiana del nuevo día. Resuenan en sus cabezas golpes de cristral, coral de espuma blanca de cerveza amarga, con la que la cordura brinda ancestral, dejando fuera de la fiesta a la locura de amar. Y ese paso cansado preñado de tos en pos de un sueño es todo cuanto poseen. Si salen o vuelven no lo sé, parece que hubieran estado allí siempre, habitando el crepuscular, minúsculo y difuminado mundo de tenues luces que separa la vigilia del sueño. Caminan como sombras espectrales, raídos personajes en busca de un autor, huérfanos de dueño; ofrenda de juventud abierta a un dios canalla quién les despierta de su siesta de olvido susurrándoles al oido promesas inagotables de un escaparate, moscas alocadas que rebotan contra el cristal sin llegar a posarse sobre ningún pastel.
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