Aquellos que me enfrentan con sus palabras les digo que el tiempo me enseñó a enfrentar con mi silencio. No es ariete de calumnia el que puede romper la puerta de la ciudad de mis secretos. No es cierto que quien calla otorga, antes bien que no le importa el ruido de las olas rompiéndose en saliva blanca de palabras al chocar contra las rocas. Aquél que mira el mar, esperando ganar su libertad al final del horizonte, no dejará de soñar por los rumores de la orilla. No me insulta la vida, lo hace un hombre muerto, y no me sumo a su desierto de emociones, al destierro de la envidia. El aire llena mis pulmones y late el corazón en sus arterias, materiales de universo que construyen el reverso de emociones donde hábito. Yo nunca me pierdo de mi mismo y tú, dueño y señor de tu egoísmo de espuma, jamás te encuentras.
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