Escribo, ahora que aún estoy vivo, sabiendo que mi muerte sin sentido, sentido dará a cuanto he vivido. Que la extinción aparente de la consciencia oculta a toda ciencia, arrogante, la verdad que desafiante encierra, la nueva tierra de promesas que ante mi alma se abre. No importa que el conocimiento labre la estéril heredad, de una soledad científica que busca fórmulas absurdas para explicar un sueño, y la llama de amor que en mi alma arde. No es el hombre dueño del universo, ni puede alcanzar a ver el reverso de sus propios pensamientos. Que se queden ellos con sus lógicas razones, que no explican ni uno solo de los te amo, que mis labios te dijeron. Me quedo con las emociones que viví, y si ha de ser así, y dicen que no soy nada, seré la nada enamorada entonces, que vuelve hacia su origen, cansada de vivir separada del resto del universo. Dejaré luego mis palabras como maestro, y al cuidado vuestro quedará, una mirada de labriego cósmico, nuevamente enamorada de un sueño. Volveré en esa otrora como ayer, y miraré el añorado atardecer sobre mi acantilado. Cruzando al otro lado, tenderé mi mano hacia ti, para que me puedas oír gritando, ¡soy la nada que sigue soñando!, que siempre estuvo y estará, enamorada de ti. Traeré un collar con perlas de planetas, para poner sobre tu cuello, y que el sentido sin sentido de mi muerte esculpa nuevamente, en el firmamento; esta vez sin dudas, ni temor, ni arrepentimiento; que alcancé el cielo de los poetas en tus ojos. Que florecieron los abrojos de mi ser en tu mirada. Que sólo un sentimiento me habita; que yo te amo y tú, por fin, en esta serena noche, tiritas en estrellas de pupilas, mientras nuestros corazones palpitan, con eternos latidos del ayer...
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