1.11.11
Uno estira la mano y al otro nunca no le alcanza.
Uno quería amar y el otro solo buscó venganza.
Uno miraba ofensas y el otro buscaba esperanzas.
Uno lo dejaba todo y el otro nunca dejó nada.
Uno morirá de amor y el otro lo hará por nada.
Atila se vio como rey de los unos, y la ley cruel del amor, le hizo despertar como alcalde de los ceros. Pero su corazón de guerrero aceptó su destino y vivió con dignidad aquel vacío, llenándolo con su servicio de armas al resto de las almas que Dios le dejó amar. Sólo el destino sabe qué es lo que aún le aguarda, porque en el mes también hay un día once y él jamás perderá la esperanza.
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