Y se hizo el silencio antes de la madrugada. Zarpó la nave rumbo a otras tierras, a la misma vela izada, diferentes vientos la empujan. Naúfragos suicidas quedan a merced de las olas de sus vidas, hasta que el mar los vomite en una nueva orilla. Nadie les juzga, eligieron ahogarse solos, son dueños únicos de su conducta. El barco no hace reproches, su capitán mira los broches de estrella que se prenden cada noche en el cielo. No puede perder el tiempo y apresta el aparejo. No existe suelo por donde caminar en el reflejo del océano, salvo el de la cubierta del barco místico del poeta guerrero. Ellos agitan ahora sus manos desde la tormenta y él les dice adiós desde sus velas. Mientras la nave, silente como la noche, se aleja...
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