Con el último hechizo se tiñó la luna, en el espejo de mentiras de la laguna salobre de su alma. El conjuro de apariencias quedó roto en mil pedazos, retazos de insolencias. Palabras como espuma brotaron en la noche, para cubrir el corazón en su letargo de emociones. Pero la vista comprende entonces el engaño, alza sus ojos al cielo y escapa presurosa de su daño. La luna que amaba antaño era tan sólo un reflejo, de la que reposa serena en el firmamento, en la constelación eterna de emociones, lienzo en que el pincel de Dios dibuja en una estrella, cada vez que una lágrima de amor cae sobre la tierra seca. Ya no hay mal mortal que le alcanza, aunque vive en la añoranza de aquel hermoso cielo, que una breve noche sirvió como fugaz pañuelo a las pupilas del poeta y que se agitaron titilantes de adiós, cuando partió hacia su destierro.
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