Que digan de mí, si por decir diciendo aquellos que sin saber quién soy encuentran consuelo en mis defectos. Que digan pues, que yo vivo en el silencio ignoto de mis actos, que provocan terremotos sobre conciencias de idiotas. Que digan y vuelvan a decir, maldiciones torpes de traidores, amigos fingidos desleidos por el interés de sus menguadas notas en el cuaderno de la envidía. Para el arrogante toda mano tendida es un puño con el que acuña la triste moneda de su soledad. Grandilocuente intelectualidad para tan grande desperdicio, vuelva a su viejo oficio de husmeador, porque perro labrador no sigue rastros de flores.
Que digan de mí, que de mi digan, hasta que tumbado boca arriba descanse, las ofensas caen sobre mí como la lluvia sobre el escaparate, sin mojar los objetos que en mi tienda del amor se muestran.
Que digan de mí, que de mi digan, hasta que tumbado boca arriba descanse, las ofensas caen sobre mí como la lluvia sobre el escaparate, sin mojar los objetos que en mi tienda del amor se muestran.
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