Quise acariciar un sueño, rasgando con mis manos el velo secreto de tus labios. La palabra descarnada entre mis dedos apareció entonces, por la comisura de silencios de la puerta del palacio de tus actos. El amor se fue muy deprisa y el recuerdo siempre tan despacio. Habito en la memoria silente de Dios sabiéndome despierto en mitad de Sus sueños. Soy el dueño de mis obras y el esclavo a un solo tiempo.
Hoy, sin arrepentimiento, haciendo a un lado las páginas amarillas del calendario, espigas secas de mis días, doradas bajo el sol de la añoranza, vivo al fin en la esperanza de un diario presente. El ayer ya se hizo ausente, y si el mañana será de nuevo la vieja muerte, elijo vivir presentes y bebiendo de la fuente de mi alma, calmar mi sed peregrina, esa que asalta al hombre en cada esquina donde doblan los sentidos.
Alcanzaré por fin la paz, y me iré sin hacer ruido, con el último latido, en el postrer paso que dará mi personaje sobre el escenario, y el teatro milenario sus puertas cerrará y serán blancas alas de paloma aplauso de libertad, allá por donde Dios se asoma en su bostezo universal, antes de volver a soñar una nueva arquitectura.
Enviado desde mi BlackBerry® de Fundación Dharma
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