Fue nuestro amor como una noche de San Juan, la más corta, y al saltar sobre la hoguera quemé mi libertad en la profunda oscuridad de tus ojos primavera, entrando yo en el otoño de mi alma. Desde entonces amanece con mas calma y al pasar luego presuroso el día, para ser lenta la agonía de la noche, quedo prisionero en los broches de estrellas que prenden esperanzas en el aroma a olvido de la fragancia nocturna de mi corazón.
No le doy mas razón a la locura pues ya soy razonablemente loco, en la cordura del poeta, atadura de sueños en el puerto donde convergen todos mis naúfragos anhelos. Chispas diminutas de un te quiero ascienden presurosas esta noche, llenando los cielos con efímeros destellos de un amor. Y es la melodía de una flauta que se esconde en el bosque quien me llama, me anima a cruzar la frontera de lejanos universos, de galaxias ignotas que viven remotas agrupadas en el sueño inefable del alma humana.
Esta noche como aquella no debiera tener un mañana, y arropados en suspiros permanecer silente en el silencio de tus manos. Aquella noche pasó, en esta pasaron ya mis años, no habrá otro amanecer para mí, y el guerrero antaño que fui vino una vez más hasta ti para decirte que te amo. Luego me callo y el poeta desfallece en su fiebre de estrofa y rompiendo la crisálida de versos, surge un hombre nuevo junto a las cenizas de mi última hoguera de San Juan.
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