Cada día es un recuerdo nacido para el ayer, una mañana de atardecer eterno, primavera de invierno donde el Dios de todos los tiempos me contempla desde su eterno presente. De forma callada me hice ausente y al cruzar la muralla, escondida entre las canas de mi frente, caminando sobre la playa, en algún lugar dejé una vida, colosal herida perdida de los días por donde mi alma se desangra de eternidad, con el batir oceánico de las olas del tiempo; buscando la libertad que la devuelva a un solo tiempo, el que remonta reverso las aguas de la vida, arriba, hacia el manantial de su propia herida de universo, para cerrarla luego desde el otro lado, al amparo del amor. Dejará atrás entonces mi alma su dolor, por esta separación que a todo hombre asola, y hallará por fin el consuelo, cuando cruce lisonjera el lejano cielo de sus pupilas, que aun me miran desde la eternidad de sus ojos de loto. Ya no habrá más alboroto y el terremoto de ficciones cesará, porque la tierra de mi libertad es suelo firme de emociones.
Enviado desde mi BlackBerry UCAM
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