Nunca dejaré de soñar, si perdiendo la ilusión pierdo la realidad, porque solo la emoción encierra la verdad. Moriré joven o viejo, ya le dejé al espejo del destino que elija por mi la forma, pero nunca lo haré vulgar por comprar la realidad fingida, esa que abre profundas heridas en el corazón y que la razón maquilla con bálsamo de argumentos. Ya no viviré más en el siempre lejos del universo y el peso de la materia no colapsará la arteria por donde circula el torrente de mis anhelos, coronaria aventura que riega el alma en su ventura de ser de Dios enamorada. Los sueños de mi almohada dicen que el tiempo se disuelve en la distancia que con tres pasos de amor mi Señor alcanza. Los sueños de mi almohada encierran los secretos de mis lágrimas, cristales de sal en la orilla misma del mar de la mirada; cuando la ilusión latía entre dos suspiros, adolescentes guiños de amor, cuando fuimos poco más entonces que dos niños. Hoy con otro disfraz de nombres sé que sólo tú fuiste mujer, en aquel atardecer sobre la playa, para que yo fuera en tu amor tan solo un hombre.
Enviado desde mi BlackBerry® de Fundación Dharma
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