El alba azul de tus pupilas te dio mirada de amanecer, y yo, siendo poco más que un niño, ya quería atardecer a tu lado. Te observaba, a diario en furtivo calendario de costado, desde mi corazón de nido, a la vuelta de todas las esquinas. No hay una sola piedra de nuestra calle que no conociera entonces tu nombre, porque cada uno de mis pasos, no importa dónde fuera soñando contigo, llevaban impresos su sonido. Huellas de amor y barro, la lluvia de los días de invierno diluyó tu vida, más nunca tu recuerdo. Una sonrisa, temprana como el rocío, fue tu primer regalo aquella mañana lejana, donde gorriones de pluma blanca de bufanda de abuela, volaban a la escuela apretando entre sus manos, apenas dos monedas para algunos caramelos. Y entre todos, yo, sintiéndome tan hombre siendo apenas un niño, crecido de anhelos, tocando todos los cielos por tu risa. Tú, envuelta toda de azul en tu abrigo, caminabas con paso presuroso por el frío, mientras que, perdido como naufrago del tiempo, corría decidido en el bote de mi timidez, tras el humo blanco de la chimenea de tu aliento. Barco donde hubiera realizado todas las travesías del mundo, sin abandonar ningún puerto, sin trazar ningún rumbo,bastaría entonces con no salir de tu lado ni un segundo, al costado de la eternidad de tu alma, viviendo toda la calma y la tormenta de las emociones que Dios regaló al hombre. El alba azul de tus pupilas veo al fin, en el ocaso de mis ojos rojos. Mis lágrimas son abrojos de todos los enojos de amor de este viejo y triste niño hombre. Nunca se me borró tu nombre en la vida, menos aún lo será en la muerte. ¡Que suerte alma mía!, que suerte, si para quererte dicen que es la mañana más fría del invierno, pero yo siento el calor de aquel niño, cuando salgo a tu encuentro nuevamente siguiendo el rastro de la chimenea de tu aliento, mientras tú, vestida toda de azul radiante, te detienes, y dejas que éste naufrago de tu amor, en su deriva, por fin te de alcance.
Enviado desde mi smartphone BlackBerry 10.