Y fuimos guiados, en los recovecos del camino, por un suspiro entrecortado, mitad anhelo del alma, mitad olvido del cuerpo en su descuido. Aprendí que no era cierto, que nunca hubo un tiempo muerto en el amor, pues es como el silencio del corazón entre dos de sus latidos. Y dejando agotados los sentidos por el ruido, quedé sordo de necedades, que las mocedades del alma no precisan de artimañas ni distracciones, ni serán, los ojos míos, nunca más trampa de apariciones, para mentirosos fenicios, mercaderes de emociones. De cuanto soy siempre fui, aunque entonces no lo supiera. Hoy te quedas fuera, fingida compañera, enredadera de la alcoba. No tomaré más cucharadas de la sopa boba de tu codicia. Hoy me acaricia el alma una brisa de universo, donde lo fingido, tuyo, mío o nuestro, dejó de tener sentido.
Enviado desde mi smartphone BlackBerry 10.
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