Giró la barca, en su místico destino, empujada por los vientos del hastío. Me cansan las mareas en su eterna pelea con la orilla. Un destino que nunca se alcanza, una vieja gloria compartida y un ancestro en la memoria que no te olvida. Un camino que se alarga, palabras parcas que ocultan, en su zarza de sílabas, atilas de abecedario donde jamás creció el amor. Nunca hubo diálogo entre ambos, tan solo su discurso imposible de interrumpir, impasible en su suficiencia cargada de reproches. Por las noches, a oscuras me pregunto, qué pude ver en ella yo. Y el péndulo implacable del reloj golpea mi cabeza entonces.
Días amarillos de calendario se columpian con desgana, movidos por el aire que entra por la ventana entreabierta, como queriéndose suicidar de mañana al volver la siguiente página. ¿Hace mucho calor o acaso me estoy volviendo loco?. Mis oídos se llenan poco a poco con el sonido de bulliciosas aceras con su tráfico. Trágico destino de chirridos se balancea sobre el ventilador que pende sobre mi cama, con su monótona sinfonía de desgana oculta en su zumbido. Un continente de humedad del techo se dibuja insolente, poniendo su torrente, amarillo y maltrecho, en grave aprieto a la pared de enfrente. Mientras tanto, sujeto todos mis sueños de la vecina telaraña, tienda de campaña estéril, es tan grande la soledad de esta alcoba que aquí hace más de mil años que no entran ni las moscas. A solas, a secas, maldito jarabe del infierno, me tomo tu recuerdo, medicina amarga de cada inútil siesta.
Días amarillos de calendario se columpian con desgana, movidos por el aire que entra por la ventana entreabierta, como queriéndose suicidar de mañana al volver la siguiente página. ¿Hace mucho calor o acaso me estoy volviendo loco?. Mis oídos se llenan poco a poco con el sonido de bulliciosas aceras con su tráfico. Trágico destino de chirridos se balancea sobre el ventilador que pende sobre mi cama, con su monótona sinfonía de desgana oculta en su zumbido. Un continente de humedad del techo se dibuja insolente, poniendo su torrente, amarillo y maltrecho, en grave aprieto a la pared de enfrente. Mientras tanto, sujeto todos mis sueños de la vecina telaraña, tienda de campaña estéril, es tan grande la soledad de esta alcoba que aquí hace más de mil años que no entran ni las moscas. A solas, a secas, maldito jarabe del infierno, me tomo tu recuerdo, medicina amarga de cada inútil siesta.
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