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jueves, 31 de marzo de 2011

La montaña



Hace una vida bonita verdad? Pues ya verás como viene alguien y te la estropea diciendo que no le satisfaces...
Céntrate en tu propia vida y no escuches a quienes nunca estarán satisfechos con la suya. No hay mayor pérdida de tiempo ni esfuerzo más vano que cargar con un ciego a una montaña para que esté más cerca del Sol.
Krishnadas Acarya

La concha y el nido

No es el tiempo sino la prisa de tu enemigo. El deseo de poseer todo en un momento sin dar lugar al asiento del sosiego en la conciencia. Entras furtivo en el corazón mas guiado por la prisa de los sentidos, has perdido el nido y obtendrás el caparazón. La concha que encierra todo para si en su íntimo contenido sensual, protegiendo simplemente una perla, frente al nido que alberga la vida, que cuida de la vida, que te da la vida. Las perlas hacen disfrutar a los sentidos, pero están muertas....
El nido esta vivo, es la vida. ¡Que pena!, ¡que desperdicio!, ¡que maldita prisa! la del hombre y sus costumbres.
Krishnadas Acarya

El viaje



Emprendí el gran viaje de regreso. Entré en este mundo por anhelo y no encontré mayor consuelo que la renuncia. ¿Que felicidad real existe?, hoy el maestro me dio la respuesta, la que tu propio ser atesora, no pierdas ni una hora, ni un minuto. No se crece como árbol para morir bonsai. Deja que el olmo hunda sus raíces en tu espíritu y siga dando frutos de sabiduría con los que alimentar a los hombres.
Krishnadas Acarya

El Riesgo

Toma el riesgo de ser real, pero se realista en tu riesgo. No trates de alcanzar las estrellas subido a una silla, ni serás dueño de la luna persiguiendo su reflejo en un estanque. El loco es real en su locura, no menos que el cuerdo en la suya. El recuerdo te trajo al presente y este se hizo ausente en el futuro en un instante...
Krishnadas Acarya

El Álamo



Puedo cargar el mundo sobre mis hombros, hasta que mi espalda quiebre como junco. Mas no aliviaré un solo segundo de sufrimiento a nadie. Seguiré solo aunque estemos juntos. Porque el amor no es una carga, es el bálsamo para el sufrimiento, pero no es el alimento que sustituye al propio crecimiento en cada ser. No quiero ser tu hiedra ni que tú seas mi enredadera, quiero ser álamo junto a ti, enraizados ambos en la riberadel río de la eternidad.
Krishnadas Acarya

El Yo y el Mío


Yo y mío son dos telas de araña que entreteje el destino  donde queda el alma prisionera. Ten fortaleza y no te rindas. Recuerda que hay fortaleza mas profunda y una extraordinaria abundancia de paz a tu disposición. Bebe de esa fuente, recurre a la fe para que te apoye. Sobrellevarás cualquier momento y encontrarás nuevamente la dicha si rompes la tela que te atrapa y vuelas al encuentro de tu propio Ser. Ahora es tiempo del maestro, es tiempo de crecer....
Krishnadas Acarya

El Ave



El ave extiende sus alas y se precipita desde la montaña hacia el valle. No hay razón aparente para su viaje, hoy ya sació su hambre de rapaz. Sin embargo es incapaz de plegar sus alas. Lo que pasa por su mente en ese instante queda entre ella, Dios y las corrientes. Qué pueden juzgar quienes pisan la tierra, sobre el corazón del ave.
Krishnadas Acarya

El libro



La vida es un libro en blanco que se escribe con la tinta de los recuerdos del alma. Lo que fue tu ayer, lo escribes en tu hoy, para que se repita mañana.
Krishnadas Acarya

El maestro


Soy huracán de emociones para los hombres. Mi cometido es que despierten y para eso es necesario arrancarles el tejado del refugio de su ego y dejarles al descubierto. Porque llamando a sus puertas jamás respondieron. Contigo mi misión ya se ha cumplido, te he devuelto el sentido de tu vida. Aunque viva intacta en mi la esencia del ayer, soy el hombre de hoy y el viejo guerrero renació como nuevo maestro. Al primero solo le podrás conocer en el sosiego, y al segundo reconocer en la sabiduría.
Lo que llegues a ser para el hombre está por escribirse, lo que el maestro represente para ti, en cambio ya está escrito, porque su energía es eterna.
Krishnadas Acarya

El apego



Hay varios tipos de apego. Tenemos en primer lugar el apego al hábito de buscar gratificación sensual. Un adicto se droga porque desea experimentar la sensación agradable que la droga le produce, a sabiendas de que haciéndolo refuerza su adicción. De la misma forma somos adictos a la condición de desear, tan pronto satisfacemos un deseo, generamos otro. El objetivo es secundario, el hecho es que tratamos de mantenernos en un estado constante de deseo porque nos produce una sensación agradable que queremos prolongar.
Desear se convierte en un hábito que no podemos romper, en una adicción, y de la misma manera que un toxicómano va desarrollando gradualmente tolerancia hacia la droga elegida y cada vez necesita una dosis mayor para intoxicarse, nuestros deseos se aprestan a robustecerse cuanto más tratamos de satisfacerlos. Así nunca ponemos fin al deseo, y en tanto sigamos deseando, no podremos ser felices.
Otro gran apego es el “yo”, el ego, la imagen que tenemos de nosotros mismos. Para cada uno, ese “yo” es la persona más importante del mundo. Nos comportamos como un imán rodeado de limaduras de hierro que automáticamente las ordenará en torno a sí mismo. Tratamos instintivamente, con la misma falta de reflexión, de ordenar el mundo con arreglo a nuestro gusto, buscando atraer lo agradable y repeler lo desagradable. Pero nadie está solo en el mundo, cada “yo” está abocado a entrar en conflicto con otro “yo”. El modelo que cada cual intenta crear se ve perturbado por los campos magnéticos de los otros, e incluso nosotros mismos llegamos a convertirnos en objetos de atracción o repulsión. El resultado no puede ser otro que infelicidad, sufrimiento.
Además, no limitamos el apego al “yo”, sino que lo ampliamos a lo “mío”, a lo que nos pertenece. Todo el mundo desarrolla un gran apego a sus posesiones, porque las asocia consigo mismo, porque sustentan la imagen de su “yo”. Este apego no nos causaría problemas si lo que llamamos “mío” fuese eterno y el “yo” durase eternamente para disfrutarlo. Pero lo cierto es que, tarde o temprano, el “yo” se separa de lo “mío”; ese momento no tiene más remedio que llegar y, cuando llegue, el sufrimiento será tanto más grande cuanto mayor sea el apego al “mío”.
Pero el apego todavía va más lejos, se extiende a las opiniones y creencias. No importa cual sea su contenido, no importa si son correctas o erróneas, si estamos apegados a ellas, con toda certeza nos harán infelices.
Todos estamos convencidos de que nuestro criterio y tradiciones son óptimos y nos sentimos trastornados cuando oímos que los critican. Nos trastornamos de nuevo si intentamos explicarlos y no nos los aceptan, pues no acertamos a reconocer que cada persona tiene sus propias creencias. Es de todo punto fútil discutir sobre qué opinión es la correcta, sería mucho más provechoso desechar todas las ideas preconcebidas y tratar de ver la realidad, pero nuestro apego a los puntos de vista nos impide hacerlo, manteniéndonos en un estado de infelicidad.
Nos queda, por último, el apego a los formalismos y ceremonias religiosas. Tenemos tendencia a enfatizar las expresiones externas de la religión en detrimento de su significado fundamental y a pensar que quien no realiza esas ceremonias no puede ser una persona verdaderamente religiosa. Olvidamos que, sin su esencia, el aspecto formal de la religión es una cáscara vacía. La piedad en los rezos o en la realización de ceremonias no tiene ningún valor si la mente sigue llena de ira, pasión y malevolencia. Para ser de verdad religiosos, debemos desarrollar el talante religioso: pureza de corazón, amor y compasión por todos. Pero nuestro apego a las formas externas de la religión nos lleva a conceder más importancia a la letra que al espíritu. Olvidamos la esencia de la religión y así seguimos siendo desgraciados.
Todos nuestros sufrimientos, sean cuales sean, van asociados a uno u otro de estos apegos. Apego y sufrimiento van indisolublemente unidos.
Krishnadas Acarya

Sobre el victimismo y la costumbre de culpar



Cada persona es responsable de sí misma. Implica aprender una conducta a la que dedicarán a cuidar de sí mismos.
Reglas básicas del cuidado de ti mismo. Autocontrol. Deja de reaccionar. Reaccionar significa actuar de manera impulsiva sin reflexión para ello:
No debes tener miedo a la gente, es como tu.
No debes dejar tu poder para pensar y sentir.
No tomemos las cosas tan a pecho (a ti, a los eventos y a las otras personas).
Jamás debes tomar la conducta de otra persona como el reflejo de tu autoestima.
No tomes el rechazo como reflejo de tu autoestima.
No tomes las cosas de manera tan personal.
Tampoco te aflijas por pequeñeces.
Libérate, no intentes controlar algo que no puedes: La vida misma.
No juegues a la víctima eres libre y sabes tomar decisiones.
No dependencia significa: Vivir tu propia vida.
Tienes la responsabilidad de identificar tus necesidades y satisfacerlas.
Tienes la responsabilidad de solucionar tus problemas o de aprender a vivir con aquellos que no puedes resolver.
Eres responsable por las elecciones que haces, de lo que das y de lo que recibes, de fijar tus metas y de cumplirlas, de disfrutar de tu vida, de la cantidad de placer que encuentras, de amar a alguien y de la manera en que expresas ese amor, de lo que haces a los demás y de lo que permites que otros hagan.
Ten un romance contigo mismo/a.
Aprende el arte de la aceptación el cual tiene 5 etapas: Negación, Ira, Regatea, Depresión, Aceptación.
Siente tus propios sentimientos, asume la responsabilidad de tu yo emocional.
Fíjate metas.
Mejora tu comunicación.
Pon límites.
Cuida tu físico.
No beses sapos esperando príncipes.
Deja de tratar de confiar en quien no confías.
Aprende a ver a la gente con claridad.
Aprende a vivir y a amar.
Cada día en cada decisión, las personas asumen una entre dos posiciones, que dan curso a lo que será su éxito o su fracaso: vivir como responsables o vivir como víctimas, es decir, culpar a otros de lo que les sucede o asumir que lo que recogemos se debe a lo que sembramos. Por razones de biología, los humanos, tenemos recursos que nos permiten relacionarnos con el mundo de manera muy particular. Cuatro de esos recursos cuya forma de utilización afectan nuestra vida en distintas áreas, son: el lenguaje, la interpretación, la memoria y la imaginación. Detallemos:
El lenguaje, se aprende en sociedad, está limitado por la forma de cultura que aprendemos y nos permite darle nombre a personas, objetos y situaciones. Si no disponemos de un nombre para expresar situaciones o experiencias podemos sentirnos confundidos. También el lenguaje nos permite usar esos nombres asignados para describir lo que experimentamos, aunque las describamos prejuiciado por aprendizajes previos. La interpretación la hacemos con pensamientos o verbalizaciones y consiste en darle sentido racional a las cosas, opinar sobre ellas, descifrar lo que significan en nuestro código personal.
En cuanto a los otros dos recurso, la memoria y la imaginación, diremos que la memoria, facultad superior vinculada al cerebro, nos permite almacenar y recordar experiencias e interpretaciones, mientras que la imaginación sirve para pensar en lo que no existe y visualizar cómo será o sucederá.
Estos cuatro recursos los usamos para conformar una opinión compleja acerca de nosotros, que conocemos como la autoimagen, base, por cierto, de toda nuestra actuación social. Esta autoimagen surge de acuerdo con la forma como hemos sido tratados, lo que hemos experimentado, como hemos interpretado nuestras experiencias y las consideraciones que hacemos sobre lo que podemos o no, hecer, lograr y disfrutar. Se habla de autoimagen negativa o positiva, si la manera de percibirnos es favorable o desfavorable, lo cual repercute en toda nuestra autoestima.
Esa autoimagen la fortalecemos y protegemos férreamente, la mayoría de las veces sin notarlo, a través de varios mecanismos de defensa entre los cuales mencionaré únicamente el de proyección. La proyección, concepto utilizado en principio por Sigmund Freud, sugiere que las personas recurren a la estrategia mental de colocar afuera, en el mundo exterior, algo que realmente les pertenece o es creación. Es una operación mental a través de la cual la persona se niega a responsabilizarse por una experiencia o situación causada o vivida por ella, y la coloca como causada por otras personas o cosas. Aquí, se da origen, cuando se hace habitual, a lo que podríamos denominar la personalidad de víctima.
La personalidad de víctima o el victimismo, consiste entonces en defenderme de posibles situaciones de malestar, a través del no reconocimiento y proyección externa (hacia otra persona o cosa) de determinada situación. Si una persona llega tarde al trabajo, dirá que la causa es el tránsito automotor, la lluvia, alguna otra persona o cierta eventualidad. No pensará que la tardanza se debe a que no se organiza, a un hábito que no ha notado que tiene, al mal cálculo del tiempo, o a una protesta metafórica que hace contra el jefe, el trabajo o la empresa.
Aunque es una realidad frecuente la existencia de personas que se sienten poderosos y privilegiados y que se aprovechan de su rol o su capacidad para imponer conductas y métodos abusivos en contra de otros menos privilegiados en lo político, lo económico o lo social, también lo es que la existencia de quienes se sirven del victimismo para ganar atención o compasión. Estos se muestran débiles y maltratados para encontrar el apoyo de otros y evitar tener que realizar los esfuerzos que su situación de vida, natural o adquirida les impone.
Una forma rabiosa de victimismo, consiste en molestarse por que otros no son como nosostros o como deseamos que sean. En estos casos la tendencia es a atacarlos, acusarlos, etiquetarlos para dañarlos moral, emocional o físicamente. Esta demostración de intolerancia excluyente, que por inconsciencia e ignorancia espiritual, suele verse amparada por ideologías y credos que ocultan lo que en realidad no es más que simple y llana conducta patológica.
Todos hemos actuado desde como víctima: niños, jóvenes, adultos y ancianos, hombres y mujeres, negros, indios y blancos, pobres, ricos. No hay excepción a esta regla y la razón es que, salvo algunos privilegiados, las personas no conocen la forma como funciona su mente, como crean una realidad falsa basada en pensamientos irracionales que generan conflictos y sufrimiento. ¿Y cuáles serían las soluciones?
  1. Acepte que suele vivir desde una posición de víctima, sin negarlo o evadirlo.
  2. Decida vivir desde una nueva posición mental, la responsabilidad de causa, lo cual consiste en aceptar que en alguna medida y a aveces totalmente, es usted responsables de cuanto ocurre y acepta que ocurra en su vida. Pregúntese: ¿Qué estoy haciendo para que esto me este sucediendo?
  3. Acepte la nueva premisa de que usted no reacciona ante los eventos, situaciones o personas, sino a su interpretación u opinión acerca de ellos. No es lo que hacen sin lo que usted considera que deberían o no debería hacer, lo que le afecta.
  4. Descubra la lista de personas y excusas que tiene para victimizarse.
  5. Manténgase alerta y relajado, para evitar reaccionar automáticamente.
  6. Pida a una persona cerca que le indique si se está victimizando.
  7. Algún amigo cercano o pareja que le muestra cuando se victimiza.
Krishnadas Acarya

Buscando el amor fuera



Fantasía que genera frustración. Pretender que otra persona nos haga felices y llene todas nuestras expectativas es una fantasía que sólo trae frustraciones.
Nacemos en esta sociedad, crecemos en esta sociedad y aprendemos a ser como todos los demás, actuando y compitiendo continuamente de un modo absurdo.
Ahora bien, imagina por un momento que pudieses visitar un planeta en el que toda la gente tuviera una mente emocional distinta. La manera en que se relacionarían los unos con los otros sería siempre feliz, siempre amorosa, siempre pacífica. Ahora imagínate que un día te despiertas en ese planeta y que ya no tienes heridas en tu cuerpo emocional. Ya no tienes miedo de ser quien eres. Ya no te importa lo que la gente diga de ti, porque no te lo tomas como algo personal y ha dejado de producirte dolor. Así que ya no necesitas protegerte más. No tienes miedo de amar, de compartir, de abrir tu corazón. Ahora bien, esto sólo te ha ocurrido a ti. ¿Cómo te relacionarás con la gente que padece heridas emocionales y que está enferma de miedo?.
Cuando un ser humano nace, su mente y su cuerpo emocional están completamente sanos. Quizás hacia el tercer o cuarto año de edad empiezan a aparecer las primeras heridas en el cuerpo emocional y se infectan con veneno emocional. Pero, si observas a los niños de dos o tres años y te fijas en su manera de comportarse, verás que siempre están jugando. Los verás reírse sin parar. Su imaginación es muy poderosa y su manera de soñar una auténtica aventura de exploración. Cuando algo va mal reaccionan y se defienden, pero, después, sencillamente se olvidan y vuelven a centrar su atención en el momento presente para seguir jugando, explorando y divirtiéndose. Viven el momento. No se avergüenzan del pasado y no se preocupan por el futuro. Los niños pequeños expresan lo que sienten y no tienen miedo a amar. Por eso los momentos más felices de nuestra vida son aquellos en los que jugamos como si fuéramos niños, cuando cantamos y bailamos, cuando exploramos y creamos con el único propósito de divertirnos. Cuando nos comportamos como niños nos resulta maravilloso porque ese es el estado normal de la mente humana, la tendencia natural. Somos inocentes, igual que los niños, y para nosotros es normal expresar amor. Pero ¿Qué nos ha ocurrido? ¿Qué le ha ocurrido al mundo entero?.
Lo que ha sucedido es que, cuando éramos pequeños, los adultos ya padecían esa enfermedad mental, una enfermedad altamente contagiosa. ¿Y cómo nos la transmitieron? Captando nuestra atención y enseñándonos a ser como ellos. Así es como trasladamos nuestra enfermedad a nuestros niños y así es como nuestros padres, nuestros profesores, nuestros hermanos mayores y toda una sociedad de gente enferma nos la contagió a nosotros. Captaron nuestra atención, y, mediante la repetición, llenaron nuestra mente de información. De este modo aprendimos y de este modo programamos una mente humana.
El problema reside en el programa, en la información que hemos almacenado en nuestra mente. Una vez captada la atención de los niños, les enseñamos un lenguaje, les enseñamos a leer, a comportarse y a soñar de un modo determinado. Domesticamos a los seres humanos de la misma manera que domesticamos a un perro o a cualquier otro animal: con castigos y premios. Esto es perfectamente normal. Lo que llamamos educación no es otra cosa que la domesticación del ser humano. Al principio tenemos miedo de que nos castiguen, pero más tarde también tenemos miedo de no recibir la recompensa, de no ser lo bastante buenos para mamá o papá o un hermano o un profesor. De este modo es como nace la necesidad de ser aceptado. Antes de eso no nos importa si lo estamos o no. Las opiniones de la gente no son importantes y no lo son porque sólo queremos jugar y vivir en el presente.
El miedo a no conseguir la recompensa se convierte en el miedo a ser rechazado. Y el miedo a no ser lo bastante buenos para otra persona es lo que hace que intentemos cambiar, lo que nos hace crear una imagen. Imagen que intentamos proyectar según lo que quieren que seamos, sólo para ser aceptados, sólo para recibir el premio. De este modo aprendemos a fingir que somos lo que no somos y perseveramos en ser otra persona con la única finalidad de ser lo suficientemente buenos para mamá, papá, el profesor, nuestra religión o quienquiera que sea. Y con este fin practicamos incansablemente hasta que nos convertimos en maestros de ser lo que no somos.
Pronto olvidamos quienes somos realmente y empezamos a vivir nuestras imágenes, porque no creamos una sola, sino muchas diferentes, según los distintos grupos de gente con los que nos relacionemos. Una imagen para casa, una para el colegio, y cuando crecemos, unas cuantas más.
Y esto funciona de la misma manera cuando se trata de una simple relación entre un hombre y una mujer. La mujer tiene una imagen exterior que intenta proyectar a los demás, y cuando está sola, otra de sí misma. Lo mismo pasa con el hombre, que también tiene una imagen exterior y otra interior. Ahora bien, cuando llegan a la edad adulta, la imagen interior y la exterior son tan distintas que ya casi no se corresponden. Y como en la relación entre un hombre y una mujer existen al menos cuatro imágenes, ¿cómo es posible que se lleguen a conocer de verdad? No se conocen. La única posibilidad es intentar comprender la imagen. Pero es preciso considerar más imágenes. Cuando un hombre conoce a una mujer, se hace una imagen propia de ella, y a su vez la mujer se hace una imagen del hombre desde su punto de vista. Entonces él intenta que ella se ajuste a la imagen que él mismo ha creado y ella intenta que él se ajuste a la imagen que se ha hecho de él. Ahora, entre ellos existen seis imágenes. Evidentemente, aunque no lo sepan, se están mintiendo el uno al otro. Su relación se basa en el miedo, en las mentiras, y no en la verdad porque resulta imposible ver a través de toda esa bruma.
De pequeños no experimentamos ningún conflicto porque no fingimos ser lo que no somos. Nuestras imágenes no cambian realmente hasta que empezamos a relacionarnos con el mundo exterior y dejamos de tener la protección de nuestros padres. Esta es la razón por la que la adolescencia resulta particularmente difícil. Aun en el caso de que estemos preparados para sostener y defender nuestras imágenes, tan pronto intentamos proyectarlas al mundo exterior, éste las rechaza. El mundo exterior empieza a demostrarnos, no sólo particular, sino también públicamente, que no somos lo que fingimos ser. Este sería el caso, por ejemplo, de un chico adolescente que aparenta ser muy listo. Acude a un debate en el colegio, y, es ese debate, alguien que es más inteligente, y que está más preparado, le supera y le deja en ridículo delante de todo el mundo. A continuación él intenta explicar, excusar y justificar su imagen delante de sus compañeros. Se muestra muy amable con todos e intenta salvar esa imagen delante de ellos, aunque sabe que está mintiendo. Por supuesto, hace todo lo posible para no perder el control delante de ellos, pero tan pronto se encuentra solo y se ve reflejado en un espejo, lo hace añicos. Se odia a sí mismo; se siente verdaderamente estúpido y cree que es el peor. Existe una gran discrepancia entre la imagen interior  y la imagen que intenta proyectar hacia el mundo exterior. Pues bien, cuanto más grande es la discrepancia, más difícil resulta la adaptación al sueño de la sociedad y menos amor se tiene hacia uno mismo. Entre la imagen que finge ser y la imagen interior que tiene de sí mismo cuando está solo, existen mentiras y más mentiras. Ambas imágenes están completamente alejadas de la realidad; son falsas, pero él no es consciente de ello. Quizás otra persona lo advierta, pero él está totalmente ciego. Su sistema de negación intenta proteger las heridas, pero éstas son reales y siente dolor porque intenta defender esa imagen por todos los medios.
Algunas personas, quizás las más capaces de percibir sus miedos, las que no logran reprimir sus sentimientos con tanta facilidad, reaccionan, aterradas ante su dependencia, y se transforman en contradependientes. Temen a la intimidad porque al ser tan débiles sus fronteras saben que pueden llegar a perderse en su pareja si se dejan enamorar, saben que van a sufrir de nuevo, como ha sucedido en el pasado y se alejan del amor y de la gente. Afirman no necesitar a nadie, no necesitar amor, encerrándose en la soledad, tal vez rodeados de gente, pero sin dejar que se acerquen a ellos lo suficiente como para llegar a algo más íntimo. Perciben la cercanía a los demás como amenazadora: “ Me harán daño”.
Mirar atrás puede ser parte de lo que tengan que hacer en su camino en busca de la identidad perdida.
Heridas del pasado, errores transmitidos de generación en generación que se aprenden y se repiten una y otra vez mientras no haya un miembro de esa familia que se atreva a analizar en profundidad su comportamiento y el de sus padres para poder cambiar. Y lo peor es que a veces repiten lo mismo a pesar de ser conscientes de que no quieren hacerlo. El resultado es que lo hacen, pero por otro camino, con otras técnicas que utilizan para transmitir, al fin y al cabo, exactamente lo mismo: “no está bien hablar de los problemas; guardalos para ti”; “no está bien expresar enfado”; “no seas nunca egoísta”; “sé siempre fuerte y bueno”; “ haz siempre lo correcto; no cometas errores”; “la aprobación de los demás es muy importante; tienes que gustarles; tienes que aceptarlos; no dejes nunca que piensen mal de ti”; “yo sé lo que te conviene; sé lo que necesitas, sé lo que es mejor para ti”. Estas personas pueden necesitar mirar atrás no para buscar culpables ni para centrarse en el pasado y lamentar una y otra vez lo sucedido, sino para saber, para comprender, para cortar la cadena y no repetir nunca más.
Probablemente escucharon muchas veces la frase “eso no se hace” y les hicieron sentir vergüenza. Se siente culpables porque lo que desean es diferente de lo que hacen, y van por el mundo con una enorme carga de estrés, con un enorme gasto de energía derrochada en esconde sus verdaderos sentimientos y su yo más auténtico. Están muy cansados...
Piensan que esta mal anteponer sus necesidades a la de los otros.
Piensan que eso es ser egoísta, sin darse cuenta de que lo que están haciendo es considerarse menos importantes y valiosos que cualquier otra persona. Es normal y deseable preocuparnos por el bienestar de otras personas y ayudarles cuando está en nuestra mano. La clave está en los motivos por los que hacemos este tipo de cosas. Los codependientes quieren algo a cambio: intentan conseguir el amor y aceptación que necesitan de esa persona. No es un acto de amor, sino de dependencia.
Por supuesto, no hay nada malo en hacer un pequeño sacrificio de vez en cuando e ir a ese lugar al que no deseamos porque alguien a quien queremos nos lo pide, siempre y cuando nuestros motivos sean sinceros y no lo hagamos por miedo a perder el amor de esa persona o sentirnos rechazados o ser considerados malas personas. Negarnos a hacer algo que no queremos hacer es un derecho que la persona codependiente tiene que aprender a ejercer más que nadie. Solamente los niños merecen y necesitan un amor incondicional. En los adultos siempre traerá problemas.
Seria muy injusto dejar de mencionar el lado positivo de la personalidad codependiente.
Tras sus problemas de dependencia se encuentra un fondo noble, amable y altruista. Son a menudo las personas más dulces, pero si su verdadero ser está siendo negado y escondido nunca lograrán usar esta forma de ser de un modo constructivo. Una vez recuperadas de su codependencia, son, sin duda, personas que cualquiera querría tener como amigas. Son fieles, dignas de confianza, tienen en cuenta la opinión de los demás y están ahí cuando lo necesitas, para lo bueno y para lo malo, dispuestas a ayudarte cuando se lo pidas. Son atentas y saben crear y fomentar buenos sentimientos entre ellas y los demás. Son en sí mismas una paradoja, porque casi cualquiera podría quererlas.
Krishnadas Acarya

La conquista del Ser



Aquel que ha conquistado el Ser se ha vencido así mismo, y ya no siente aflicción por el mundo ni se ocupa en sus cuidados. En vano busca el hombre satisfacción corriendo tras los objetos mundanos tratando de acumular fantasías. El Ser se basta en él mismo y no necesita de nada ya que en su naturaleza descansa todo. 
El sabio camina desnudo sabiéndose vestido por el ropaje hermoso del amor. El alma condicionada cubre el estado miserable de su conciencia con paño y seda y adorna con oro su cuerpo, más está en verdad desnudo, fía su cuidado a sus ganancias y estas desaparecen, vienen y van en el espejismo fugaz de la codicia. Trata de encontrar luz permanente en el breve relámpago que ilumina el cielo una noche de tormenta, y considera suyos los objetos que ve en tan escaso lapso de luz prestada.
Aquel que vive en y para el Ser no necesita nada, porque ya se tiene. Ya no fulgura como alma engañada, vive  en la eternidad de su propia naturaleza. Cuando el alma entra en su Ser nada la engaña, ve la tormenta y el viento que furioso mueve las sombras y el agua, tras el cristal seguro de la conciencia, y ve con indiferencia todo cuanto al escaparate de sus ojos se asoma, sabiendo que nada de eso le afecta. No puede enredarse en el mundo aunque por el transite; porque si bien sus pies pisan la tierra sabe que esta, al igual que sus pies, es efímera. Su cuerpo, tejido austero hecho de hilos de deseo, ya no le condiciona, deja que con naturalidad se ocupe en sus funciones, al igual que el pastor que deja al cuidado de su perro su rebaño mientras él duerme la siesta. Parece dormido a los ojos de los hombres, más está despierto, tan despierto, que su lucidez perturba el sueño embriagador del mundo y molesta. Molesta su humildad frente a la arrogancia de quien se pensó alguna vez poderoso, por que siente que todos sus ejércitos, su dinero y poder, no sirven para comprarle. Escuece la herida que causó el rencor cuando trata de ser curada con el bálsamo del amor que el maestro ofrece.
El alma condicionada se vuelve en consecuencia indulgente con sus vicios y crítica con el maestro que trata de ayudarla a salir de su ignorancia. Busca defectos en este, excusas del ego para seguir abrazado al árbol de la ignorancia mientras grita ¡Suéltame!. Cree que puede comprar la salvación de su alma, apagar el extraño dolor de su vientre dando algo de lo que le sobra, tras varios regateos a la baja con su ego, en caridad hipócrita, para seguir entregado a sus funestos quehaceres que le conducen a la muerte. 
Aquel que reside en el Ser, nada teme, nada le compra y nadie le vende, porque está más allá de la región de los sueños, es inmensamente feliz porque vive en el permanente abrazo de su naturaleza amorosa. Descansa confiado en el regazo maternal del lado femenino de Dios sabiéndose a salvo. Las almas condicionadas temen perder el minúsculo haz de luz del relámpago que la sostiene si se acercan al maestro, mientras desde la autorefulgencia de la luz del Ser este trata de guiarlas al lado permanente de la existencia. 
El alma que vive en el Ser ya no teme que la engañen porque dejó de engañar, que la envidien porque dejó de envidiar, que la persigan porque ya no persigue, y si acaso es conducida a la muerte, entra en ella sin temor sabiendo que es su cuerpo y no su corazón lo que perece, ya que este reside en el lugar seguro de la luz del Ser.
La dualidad no existe en la verdadera naturaleza del alma, el ego se engaña guiado por una interminable sucesión de deseos y apetitos. Con su forma específica de pensar y actuar, atrae sobre sí las consecuencias inexorables de sus actos y siente miedo. Eligió la explotación de un sueño frente a la realidad unitaria del Ser, sin saber que toda explotación que ejerce la realiza sobre él. No te engañes más, ni desconfíes, mira que el mundo que has tejido es de papel, y al caer la lluvia te mojarás con él.
La vida espiritual no es un aburrido discurso teológico tejido por la lengua especulativa de algún filósofo mediocre. No es el rito complejo y secreto reservado a los iniciados, la vida espiritual es sencillamente la vivencia íntima en el Ser. El sentir que hay algo en mi interior que me empuja hacia el amor como único vehículo válido en mi transición por el universo. Todos hablan del amor, mas pocos lo viven, porque amar significa la extinción del YO en los otros. Amar significa que ya no veo sino a Dios en todo y que todo está en Dios; y al igual que el cielo lo abarca todo en todas direcciones, así el amor se extiende sin límite, no hay nada en este universo que no esté firmemente sostenido por el amor y la misericordia de Dios.
El simple deseo del amor es lo que posibilitó que el principio, para acotar lo eterno a fin de que resulte comprensible, el Señor dividiera su energía vital en dos potencias separadas, que siendo una sola viven y se manifiestan por su voluntad de esta forma. Así surgieron las almas eternamente liberadas y las eternamente condicionadas. Las primeras viven en el servicio amoroso y eterno y las segundas tratan de servirse a sí mismas, explotando los recursos materiales que la energía ilusoria coloca frente a ellos. No hay comprensión intelectual posible para este sublime acto. Como perlas encerradas en oscuros caparazones, las moléculas trascendentales de la mirada de Dios penetraron en la energía ilusoria dándole vida. Cada una de ellas encierra en su interior todas las potencias del Ser original y primordial del cuál salieron, y estas cualidades contagiaron de vida lo que hasta entonces estaba muerto.
Así la energía externa cobró vida, y se alzaron seres erguidos donde antes solo había átomos muertos, y estos se combinaron de mil diversas formas empujados por el deseo original de Dios de que la Creación se manifestara, de que el inmenso campo para la experiencia humana, que indefectiblemente conduce a la experiencia divina, fuera puesto al servicio de los nuevos seres, que conforme al deseo latente que surgiría en sus mentes, retazos de energía material sutil, irían conformando el paisaje biológico de su encarnación y geográfico como el lugar de su residencia. De esta forma el universo entero se manifestó desde su aspecto más sutil, hasta concluir en el más burdo; y desde entonces, por decir entonces en la eternidad del tiempo, se ha venido manifestando.
Como el paisaje de un desierto que cambia de la noche a la mañana, en virtud del viento que desplaza las dunas, en forma similar de una manifestación cósmica a otra, el aspecto cambia guiado por el viento del deseo, mas el sabio sensato entiende que las dunas del desierto son simplemente arena, allá donde se ubiquen.
Alcanzar el amor significa llegar a esa región serena donde el viento ya no sopla, ni la tierra ciega nuestros ojos, es romper el caparazón del ego que encierra la perla del alma y dejar que la luz de esta ilumine la conciencia, es una experiencia palpitante de vida, donde la identidad se pierde y se advierte la unidad de todas las perlas en un hermoso collar que amorosamente lleva alrededor del cuello el lado femenino de Dios. 
No es especular a través del conocimiento y la subyugación de los sentidos, para tratar de comprender algo acerca del Incomprensible, es sencillamente saber de Él y de sus actos, vivir y recordarlos amorosamente, porque el recuerdo de las actividades del Señor no son distintas del Señor mismo. Así los devotos se ocupan de oír, ver y recordar la imagen del Señor, y viviendo en esta forma, ya están libres como miembros de pleno derecho del lado permanente de la manifestación de Dios, aunque sus cuerpos aún permanezcan en este otro plano, siguiendo las actividades que les son propias, bajo el influjo de la energía externa. El devoto no para la actividad del cuerpo ni de la mente, eso es algo a lo que nadie puede hacer frente, porque la mente y el cuerpo son guiados por las modalidades de la naturaleza material, sino que simplemente las ocupan en el Servicio dulcemente amoroso a la Suprema Personalidad de Dios.

Krishnadas Acharya