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jueves, 31 de marzo de 2011

La conquista del Ser



Aquel que ha conquistado el Ser se ha vencido así mismo, y ya no siente aflicción por el mundo ni se ocupa en sus cuidados. En vano busca el hombre satisfacción corriendo tras los objetos mundanos tratando de acumular fantasías. El Ser se basta en él mismo y no necesita de nada ya que en su naturaleza descansa todo. 
El sabio camina desnudo sabiéndose vestido por el ropaje hermoso del amor. El alma condicionada cubre el estado miserable de su conciencia con paño y seda y adorna con oro su cuerpo, más está en verdad desnudo, fía su cuidado a sus ganancias y estas desaparecen, vienen y van en el espejismo fugaz de la codicia. Trata de encontrar luz permanente en el breve relámpago que ilumina el cielo una noche de tormenta, y considera suyos los objetos que ve en tan escaso lapso de luz prestada.
Aquel que vive en y para el Ser no necesita nada, porque ya se tiene. Ya no fulgura como alma engañada, vive  en la eternidad de su propia naturaleza. Cuando el alma entra en su Ser nada la engaña, ve la tormenta y el viento que furioso mueve las sombras y el agua, tras el cristal seguro de la conciencia, y ve con indiferencia todo cuanto al escaparate de sus ojos se asoma, sabiendo que nada de eso le afecta. No puede enredarse en el mundo aunque por el transite; porque si bien sus pies pisan la tierra sabe que esta, al igual que sus pies, es efímera. Su cuerpo, tejido austero hecho de hilos de deseo, ya no le condiciona, deja que con naturalidad se ocupe en sus funciones, al igual que el pastor que deja al cuidado de su perro su rebaño mientras él duerme la siesta. Parece dormido a los ojos de los hombres, más está despierto, tan despierto, que su lucidez perturba el sueño embriagador del mundo y molesta. Molesta su humildad frente a la arrogancia de quien se pensó alguna vez poderoso, por que siente que todos sus ejércitos, su dinero y poder, no sirven para comprarle. Escuece la herida que causó el rencor cuando trata de ser curada con el bálsamo del amor que el maestro ofrece.
El alma condicionada se vuelve en consecuencia indulgente con sus vicios y crítica con el maestro que trata de ayudarla a salir de su ignorancia. Busca defectos en este, excusas del ego para seguir abrazado al árbol de la ignorancia mientras grita ¡Suéltame!. Cree que puede comprar la salvación de su alma, apagar el extraño dolor de su vientre dando algo de lo que le sobra, tras varios regateos a la baja con su ego, en caridad hipócrita, para seguir entregado a sus funestos quehaceres que le conducen a la muerte. 
Aquel que reside en el Ser, nada teme, nada le compra y nadie le vende, porque está más allá de la región de los sueños, es inmensamente feliz porque vive en el permanente abrazo de su naturaleza amorosa. Descansa confiado en el regazo maternal del lado femenino de Dios sabiéndose a salvo. Las almas condicionadas temen perder el minúsculo haz de luz del relámpago que la sostiene si se acercan al maestro, mientras desde la autorefulgencia de la luz del Ser este trata de guiarlas al lado permanente de la existencia. 
El alma que vive en el Ser ya no teme que la engañen porque dejó de engañar, que la envidien porque dejó de envidiar, que la persigan porque ya no persigue, y si acaso es conducida a la muerte, entra en ella sin temor sabiendo que es su cuerpo y no su corazón lo que perece, ya que este reside en el lugar seguro de la luz del Ser.
La dualidad no existe en la verdadera naturaleza del alma, el ego se engaña guiado por una interminable sucesión de deseos y apetitos. Con su forma específica de pensar y actuar, atrae sobre sí las consecuencias inexorables de sus actos y siente miedo. Eligió la explotación de un sueño frente a la realidad unitaria del Ser, sin saber que toda explotación que ejerce la realiza sobre él. No te engañes más, ni desconfíes, mira que el mundo que has tejido es de papel, y al caer la lluvia te mojarás con él.
La vida espiritual no es un aburrido discurso teológico tejido por la lengua especulativa de algún filósofo mediocre. No es el rito complejo y secreto reservado a los iniciados, la vida espiritual es sencillamente la vivencia íntima en el Ser. El sentir que hay algo en mi interior que me empuja hacia el amor como único vehículo válido en mi transición por el universo. Todos hablan del amor, mas pocos lo viven, porque amar significa la extinción del YO en los otros. Amar significa que ya no veo sino a Dios en todo y que todo está en Dios; y al igual que el cielo lo abarca todo en todas direcciones, así el amor se extiende sin límite, no hay nada en este universo que no esté firmemente sostenido por el amor y la misericordia de Dios.
El simple deseo del amor es lo que posibilitó que el principio, para acotar lo eterno a fin de que resulte comprensible, el Señor dividiera su energía vital en dos potencias separadas, que siendo una sola viven y se manifiestan por su voluntad de esta forma. Así surgieron las almas eternamente liberadas y las eternamente condicionadas. Las primeras viven en el servicio amoroso y eterno y las segundas tratan de servirse a sí mismas, explotando los recursos materiales que la energía ilusoria coloca frente a ellos. No hay comprensión intelectual posible para este sublime acto. Como perlas encerradas en oscuros caparazones, las moléculas trascendentales de la mirada de Dios penetraron en la energía ilusoria dándole vida. Cada una de ellas encierra en su interior todas las potencias del Ser original y primordial del cuál salieron, y estas cualidades contagiaron de vida lo que hasta entonces estaba muerto.
Así la energía externa cobró vida, y se alzaron seres erguidos donde antes solo había átomos muertos, y estos se combinaron de mil diversas formas empujados por el deseo original de Dios de que la Creación se manifestara, de que el inmenso campo para la experiencia humana, que indefectiblemente conduce a la experiencia divina, fuera puesto al servicio de los nuevos seres, que conforme al deseo latente que surgiría en sus mentes, retazos de energía material sutil, irían conformando el paisaje biológico de su encarnación y geográfico como el lugar de su residencia. De esta forma el universo entero se manifestó desde su aspecto más sutil, hasta concluir en el más burdo; y desde entonces, por decir entonces en la eternidad del tiempo, se ha venido manifestando.
Como el paisaje de un desierto que cambia de la noche a la mañana, en virtud del viento que desplaza las dunas, en forma similar de una manifestación cósmica a otra, el aspecto cambia guiado por el viento del deseo, mas el sabio sensato entiende que las dunas del desierto son simplemente arena, allá donde se ubiquen.
Alcanzar el amor significa llegar a esa región serena donde el viento ya no sopla, ni la tierra ciega nuestros ojos, es romper el caparazón del ego que encierra la perla del alma y dejar que la luz de esta ilumine la conciencia, es una experiencia palpitante de vida, donde la identidad se pierde y se advierte la unidad de todas las perlas en un hermoso collar que amorosamente lleva alrededor del cuello el lado femenino de Dios. 
No es especular a través del conocimiento y la subyugación de los sentidos, para tratar de comprender algo acerca del Incomprensible, es sencillamente saber de Él y de sus actos, vivir y recordarlos amorosamente, porque el recuerdo de las actividades del Señor no son distintas del Señor mismo. Así los devotos se ocupan de oír, ver y recordar la imagen del Señor, y viviendo en esta forma, ya están libres como miembros de pleno derecho del lado permanente de la manifestación de Dios, aunque sus cuerpos aún permanezcan en este otro plano, siguiendo las actividades que les son propias, bajo el influjo de la energía externa. El devoto no para la actividad del cuerpo ni de la mente, eso es algo a lo que nadie puede hacer frente, porque la mente y el cuerpo son guiados por las modalidades de la naturaleza material, sino que simplemente las ocupan en el Servicio dulcemente amoroso a la Suprema Personalidad de Dios.

Krishnadas Acharya

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