Para ser discípulo has de ser capaz de reconocer primero lo equívoco de tus actos. Tu carácter no es algo que puedas imponer como el pentecostes universal de tu ego. Todos recibirán las lenguas de fuego de tu opinión inquebrantable hasta en el más mínimo de tus actos. No puedes hacer de cada acto trivial una afirmación personal de tu temperamento
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