No es la mano, sino la sombra de un engaño lo que ahora agarras. No es la energía del amor perdido antaño sino la ilusión tardía de tu ser solitario, quien se desgarra buscando entre los restos del naufragio en tu memoria, concluir la vieja historia que dejaste escrita en el pasado. No crepita la madera ni se mueve lisonjera el agua en el molino, su rueda se paró en el mismo instante de tu partida. Trazaste entonces tu destino. No hay salida. El mundo es un afecto fingido, una burla sin sentido, un vanal juego de amor humano. No sufras más por el espejo, suéltate ya de su mano, reflejo del pasado y el pasado ya no está. Espejismo fatal que te hace confundir el fuego abrasador del suelo con el agua en el desierto. La fiebre del destierro ya no arderá más en tu frente. Lo que sanó ayer no puede ser aguijón del presente para abrir nuevas heridas. Hazte de una vez ausente, salvaste tu honor en todas las batallas y aprendida ya la lección, el pelo blanco de tus sienes te devolverá presto el sosiego. Ya pagó tu alma con holgura el trasiego de su inmortalidad.
Se acierta a ver el alba, pronto dormirás en calma, se acerca al fin tu anhelada paz. Tu misión su epílogo alcanza, vuelves ya donde tu amor descansa, al cumplir tu última palabra, ya se inclina la balanza, de tu dharma, nuevamente del lado celestial. Regresa veloz a donde tu ser no porfía, concluye aquí la travesía, porque la Casa de la Sabiduría aguarda tu regreso, con sus puertas doradas abiertas de par en par. Resuenan ya las campanas anunciando a la ciudad el regreso del General perdido en la batalla. Lo vomitó el abismo que lo tenía atrapado en su prisión. Siéntate con los maestros, que aquél que fue tu guía entre los hombres ha dispuesto, sonriente, tu aposento. Quedarás aquí como vigía mientras dure la partida cósmica que aun se libra. Luego dejarás tu lugar vacío, cuando se apaguen las estrellas, partirás entonces con ellas y otra dinastía a un nuevo linaje humano tenderá la mano, como ha sucedido eternamente. Aunque entonces ni tú ni yo, ni hombre alguno a quien amaste estará allí presente para verlo, y será otro cielo testigo del anhelo del hombre. Y tal vez juguemos entonces algún pasatiempo mortal, del autor inmortal, de todas las tragicomedias humanas.
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