Busco, mirando en éste mar, océano de las emociones, adolescentes razones, para seguir viviendo, sentado nuevamente en el acantilado de la soledad. Sabiendo que estoy muriendo, prisionero, por los rincones del letargo de eternidad, de la consciencia.
La paz es una quimera inalcanzable para el corazón de un guerrero, hoy lo sé, ni aún en el destierro de un mundo nuevo, se puede lograr. Mas qué puedo hacer, sino esperar y ocupando mi lugar continuar en mi puesto, mientras sigo atento a la senda que marcó mi Maestro, esperando que la puerta se abra, que penetre por ella la prealba con su luz perfumada de estrellas, aroma de galaxias, gotas de rocío eterno, sobre los pétalos de mis clamorosas manos extendidas, vestidas con anillos de piedras de esperanza.
Perdí el amor y a cambio, hoy, conozco la curvatura entera, del universo. Veo, en mis sueños de vigilia, la orilla tibia donde un mar de caricias calmaba el dolor de profundas cicatrices, dibujadas con todos los matices de mi alma en cada batalla, sobre la arena de mi espalda. Conozco la curvatura entera del universo, mas no soy diestro en el manejo de reconocerme, a mí mismo, sentado en el profundo abismo pupilar, donde una lágrima se suicida ahondando en miradas de soledad.
Corazón homicida, en su resentimiento, renunció al conocimiento de si mismo, para degollar toda esperanza, todo intento de reencuentro, en esta eternidad que le sirve de alimento.
Tener fragilidad en el corazón es la cruel condición que descansa bajo la coraza de mi pecho, mordaza disciplinada, forjada en mi deber de semidios; aborrecida por el hombre, que dejándose morir de amor, alejándose en el barco de su dolor, navegaría en la sangre de mis viejas heridas, para poner fin a la búsqueda de Dios.
Pero hoy ya no es ayer. Ni será mañana, entonces, sino la postrer sombra lejana, que proyecta en mi pensamiento, Aquél que dio, entera forma a la curvatura del universo, donde todo se transforma, para que yo comprenda ahora, y en este verso, que toda felicidad demora en llegar, y que toda la arquitectura de esa singular curvatura, la conocí antes y por entero, en la sencilla forma, que se asomaba dibujada, en una sola de las sonrisas de tus celestiales labios, mientras tú, Radhe amada, habitabas con calidez sobrehumana el frío mármol de una estatua.
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