Tuve la ilusión, un día, que dejando florecida el alma en desencantos, podría crear melodías nuevas para el corazón, usando sus latidos de tambor, al compás de tus encantos.
Yo con mi disfraz de hombre, y tú con tu máscara de mujer, no bastó aquel atardecer con su moneda de ocaso, para hacerme pagar el fracaso de volver nuevamente, para quererte, tal parece ser, del inexperto amante, su triste suerte.
Venecia se quedó sin máscaras, quedaron rotas en el suelo, y yo, desprovisto de consuelo, comprendí, en sus fingidas sonrisas, que nunca alcanzaría el cielo en carnaval, porque el amor es un juego de sosiego, caricias sin prisas, ni trasiegos, que no se debe disfrazar.
El sueño de Venecia duerme sumergido en su laguna, donde la luna perenne le acuna entre las olas, susurro de sal y espuma, en la que habita adormecida mi alma, entre sus góndolas
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